viernes, 27 de abril de 2012

Reflexión sobre la disciplina


 
Todos tenemos sueños, proyectos, ideas, ilusiones… forjados tal vez durante años de dura y tenaz reflexión y en los que habremos sopesado mil veces los pros y los contras de llevarlos a efecto. Retardando su cumplimiento, porque nunca consideramos que fuera el momento apropiado o, simplemente, escondiéndonos de una realidad que nos duele: no nos atrevemos.

Excusas para no abordar lo que en el fondo sabemos que debemos hacer, las hay de todos los colores, siendo una de las más extendidas la proverbial falta de tiempo. ¡Pamplinas! o pretextos de ‘mal pagador’, porque tiempo siempre habrá para quien quiera encontrarlo y lo que sí falta, casi siempre, es coraje.

Sabemos, o deberíamos saber, que nada realmente valioso que pretendamos conseguir en la vida resulta sencillo. Que a todo lo estimable se llega a través de la aplicación de gran esfuerzo y constancia. Que lo más sublime solo estará a nuestro alcance si hemos invertido en ello todo nuestro talento y pasión (y aun así, en ocasiones no será suficiente)… y que si, además, carecemos de la disciplina precisa para mantener constantemente encendido el fuego de nuestro propósito, jamás obtendremos nada.

Disciplina, sí. Es curioso como este concepto, aparentemente tan positivo y favorecedor, implica para mucha gente un pensamiento equiparable a la falta de libertad. Cuando, en realidad, no significa otra cosa que una dilación de la recompensa, sacrificando el placer y la emoción del momento en aras de lograr un poco más allá lo que más nos importa en la vida.

Según Stephen Covey: “Disciplina es pagar el precio para traer esa visión a la realidad. Es abordar los hechos duros, pragmáticos y brutales de la realidad y hacer lo que haga falta para que ocurran las cosas. La disciplina surge cuando la visión se une al compromiso.”

Si lo pensamos bien, lo que nos hace seguir insistiendo, una vez pasado el furor inicial para completar nuestros proyectos o intenciones, es la autodisciplina. Algo que solo puede venir del interior de nosotros mismos y que precisa, por tanto, de un compromiso interno. Es decir: seguir adelante con lo que decimos que vamos a hacer, tanto en él cuándo dijimos que lo haríamos, como en el cómo dijimos que lo haríamos.

Y, por último, no nos equivoquemos respecto a la dificultad. La autodisciplina es a menudo muy difícil. Los estados de ánimo, el apetito y las pasiones pueden ser fuerzas poderosas que van en contra y necesitaremos valor para vencerlos. No finjamos que algo es fácil de hacer cuando es muy difícil y/o doloroso. En vez de ello, es más inteligente encontrar el valor para enfrentar el dolor y la dificultad.

Y calma, porque a medida que comencemos a acumular pequeñas victorias 'privadas', nuestra confianza crecerá, el esfuerzo será menor y las razones para abandonar desaparecerán. Ya no nos merecerá la pena renunciar… habiendo llegado tan lejos


Texto compartido desde:  hacialacima.com
 



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