“No conocía a mi padre, nunca había oído nada sobre él, ni había visto una fotografía suya. Mi madre nunca me habló de él porque no tenía ninguna pista sobre quién era”.
Katrina
Clark es una de las miles de personas nacidas en EE.UU. por
inseminación artificial. Y que, debido a las leyes que garantizan el
anonimato al donante de semen, creció hasta los 17 años sin saber quién
era su padre. Pero sentía una crisis de identidad y empezó a buscar a su
padre biológico. Así lo contaba en un artículo publicado hace algún
tiempo en The Washington Post (17-12-2006), cuando tenía 18 años.
Katrina
se manifiesta enfadada por el hecho de que las leyes sobre fecundación
artificial se elaboraran pensando solo en los deseos de los adultos y
sin tener en cuenta los derechos de las personas concebidas de ese modo.
“Me
molesta que todo lo relativo a la donación de gametos se centre solo en
‘los padres’, es decir, los adultos que pueden tomar decisiones sobre
nuestras vidas. Se simpatiza con la madre por querer tener un hijo. El
donante consigue garantía de anonimato, así como exención de cualquier
responsabilidad sobre el hijo nacido de su donación. Mientras estos
adultos sean felices, la concepción por donación es un éxito, ¿no?”.
No
es así de simple, contesta ella misma, para recordar acto seguido que
los nacidos de manera artificial también son personas. Por eso lucha
para que se reconozca su derecho a saber quiénes son sus padres.
Desde
el punto de vista emocional –sigue explicando–, muchas de las personas
así nacidas sufren en esta situación. “No pedimos nacer de este modo,
con las limitaciones y la confusión que implica. Es hipócrita que tanto
padres como médicos supongan que a los ‘productos’ del banco de semen no
les interesa conocer sus raíces biológicas, cuando es el vehemente
deseo de tener descendentes biológicos lo que hace que los clientes
recurran a la inseminación artificial”.
La
madre de Katrina tuvo que hacer muchos sacrificios para sacar adelante a
su hija. Pero las penurias que pasaron juntas las han unido mucho.
“Nunca me he enfadado con ella”, afirma Katrina. “Ella me explicó cuando
era sólo una cría que yo nunca había tenido un papá, sino tan sólo un
padre biológico”, el desconocido donante de semen. A Katrina, al
principio no le importaba no tener un padre. Solo de vez en cuando,
reconoce, “cuando era pequeña me gustaba soñar con un hombre alto y
delgado que me cogía y me balanceaba dando vueltas en el patio, un
hombre varonil que estaba encantado con su niña”.
La búsqueda del padre
En
su artículo, Katrina explica distintos sucesos que le hicieron añorar
la figura de un padre que la cuidase y protegiera. Muchas veces sentía
celos de sus amigos que tenían una familia con padre y madre y hermanos.
Incluso cuando los padres de sus amigos se divorciaban, ella sentía
celos por el cariño y la comprensión que recibían por parte de todos. “A
mi nadie me ofreció ese tipo de apoyo y comprensión”.
Finalmente
su madre se casó. Un día, su padrastro regañó a Katrina y la madre
perdió los nervios. Le empezó a gritar que él no tenía autoridad sobre
ella porque no era su padre, porque ella no tenía padre. “En ese momento
fue cuando la sensación de vacío cayó sobre mí. Me di cuenta de que, en
cierto sentido, era rara. Verdaderamente nunca tendría un padre. Por
fin entendí lo que significaba ser concebida por un donante; y lo odié”.
Al
cabo de un año vio un programa de televisión sobre una mujer que murió
de un ataque al corazón a causa de una enfermedad genética. Sin embargo,
la mujer ignoraba su predisposición porque había sido adoptada cuando
era pequeña e ignoraba la historia médica de sus padres. Este hecho
golpeó a Katrina y la animó a buscar a su padre.
Así
que empezó a investigar en Fairfax Cryobank, el banco de esperma de
Virginia donde su madre fue inseminada. Con la limitada información que
tenía su madre sobre el donante (raza, algunas características físicas,
peso, nivel de estudios) fue haciendo averiguaciones. Y tuvo mucha
suerte. Solo al cabo de un mes de e-mails y búsquedas en Internet,
encontró un donante que podía ser su padre y que aceptó hacerse una
prueba de ADN. Los resultados confirmaron que era su padre biológico.
“Mi vida cambió desde entonces”, comenta la propia Katrina.
Al
poco tiempo de estar en contacto con él, “me di cuenta de que su
entusiasmo por desarrollar nuestras relaciones parecía desvanecerse.
Cuando le manifesté mis sospechas, me confirmó que estaba un poco
cansado de toda aquella historia del donante de semen”. A pesar de todo,
Katrina no quiere perderlo. “Todavía hay mucho que quiero saber. Quiero
conocerle. Quiero conocer a su familia. Estoy segura de que no se da
cuenta del papel tan grande que ha tenido en mi vida a pesar de su
ausencia, o precisamente por su ausencia. Si no puedo estar demasiado
apegada a él como padre, siempre podré estar apegada al sentimiento de
que tengo un padre”.
Katrina
piensa también en los sentimientos de otros concebidos por donación de
gametos. “Cuando leo lo que dicen algunas mujeres sobre su opción de
maternidad, me siento degradada a poco más que una ampolla de semen
congelado. Me parece que la mayoría de estas madres y de los donantes
apenas piensan en los sentimientos de los hijos que nacerán de sus
acciones. No es que sean insensibles, pero no tienen en cuenta lo que
pueden pensar sus hijos cuando sean mayores”.
Los
nacidos por donación de esperma, concluye Katrina, “llegaremos a ser
adultos y a formar nuestra opinión acerca de la decisión de traernos al
mundo de un modo que nos priva del derecho básico a saber de dónde
venimos, cuál es nuestra historia y quiénes son nuestros dos padres”.
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