miércoles, 4 de junio de 2014

La familia en peligro: amenazas y soluciones

Un personaje de Rey Lear afirma: “Te enseñaré a hacer distinciones”. Bien podría ser uno de los lemas de la filosofía. Muchas veces, una distinción entraña ya la solución de un problema enconado. Cualquier cosa NO es una familia, sino sólo la institución social que tiene como misiones fundamentales la transmisión de la vida y la educación de los hijos.


La familia se basa en el matrimonio, en la unión permanente entre un hombre y una mujer para procrear y educar a los hijos que tengan. Si no los tienen, el vínculo permanece y sus fines son el amor y la ayuda mutua entre los cónyuges. Hace un tiempo, todo esto habría sonado a pura obviedad o lugar común. Hoy estas consideraciones cobran un aspecto casi revolucionario.


La familia sufre hoy un terrible asedio que se manifiesta, al menos, en las siguientes agresiones fundamentales. La primera procede de los ataques a la vida y a la dignidad de la persona, que entrañan el aborto y la eutanasia y que no pueden dejar de afectar a la institución que tiene encomendada precisamente la transmisión de la vida. Acabar con la vida en su primera etapa o en la última es, además de un crimen, una agresión a la familia.


El segundo ataque, éste a su estabilidad y permanencia, procede de la facilidad del divorcio. El matrimonio es, de suyo, indisoluble. Y no se trata de una cuestión de fe religiosa. Así lo exigen los fines que la familia tiene encomendados y que no se pueden realizar si se trata de una institución efímera. El interés de la familia es más elevado que el de los individuos que la componen.


El tercero proviene de la asimilación con ella de lo que es, de suyo, diferente. Tratar lo diferente como si fuera igual es una forma de injusticia. No cabe llamar matrimonio a las uniones más o menos estables entre personas del mismo sexo. Por estrictas razones de principio, el matrimonio es la unión entre un hombre y una mujer; entre otras razones porque sólo un hombre y una mujer pueden naturalmente procrear. Lo demás puede ser tan respetable como esencialmente distinto.


También ataca a la familia la ausencia de ayudas económicas y sociales suficientes. Lo decisivo no son las guarderías, sino el reconocimiento de que la maternidad, y en grado distinto la paternidad, no es una mera interrupción de la vida profesional y laboral, sino una etapa de la existencia que debe ser apoyada por la sociedad. No se trata de alejar a madre e hijo, sino de anular el coste laboral y profesional de la maternidad.


La apología de la promiscuidad sexual, entendida equivocadamente como paradigma de la liberación, también constituye una agresión a la familia, pues subvierte lo que es esencial a ella, es decir, la vinculación responsable de la sexualidad con la procreación.


La intromisión del Estado en la educación moral de los menores también entraña una vulneración de los derechos fundamentales de las familias. No es extraño que organizaciones e instituciones que defienden la familia se hayan levantado en contra del adoctrinamiento moral forzoso que entraña una asignatura como Educación para la Ciudadanía. La institución educadora por excelencia es la familia. Al Estado sólo le compete la garantía del ejercicio del derecho a la educación.


Cabe preguntarse por los motivos de un ataque tan radical a una institución tan valorada por los ciudadanos. Acaso la explicación se encuentre, en gran parte, en tan alta estima. El poder prefiere ciudadanos ignorantes e indefensos. No es extraño que los totalitarismos persigan la anulación de todo lo que pueda hacer sombra al poder ilimitado del Estado. En este sentido, el control de las familias, más aún su debilitamiento y anulación, constituye elemento esencial de todo proyecto totalitario. Lo decisivo es que frente a los poderosos sólo exista una masa de individuos ignorantes y aislados.


La familia vive ahora una verdadera agonía, en el sentido originario griego del término. La familia lucha y se defiende de sus poderosos agresores, pero no será derrotada, ya que es indestructible.


Mientras haya personas habrá familias y mientras haya familias subsistirá la persona.
 
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