1. Lo primero es actuar de  acuerdo con la verdad de las cosas.
Enseñar a los hijos a no engañarse, a ser sinceros, a
 actuar con  coherencia. “Podemos conocer la química cerebral que 
explica el  movimiento de un dedo, pero eso no explica por qué ese 
movimiento se  usa para tocar el piano o apretar un gatillo” (Marcus 
Jacobson).Y “no  podemos abaratar la verdad” (F. Suárez), devaluando su 
valor, como si  fuera época de rebajas.
2. Un segundo es que “el  entrenamiento es una exclusiva de la inteligencia humana” (Marina).
Hay que enriquecer el lenguaje, hay que  fomentar el 
diálogo, el ejercicio mental de razonar, de defender una  causa, de 
tener argumentos para las propias decisiones, y no hacer sólo  lo que 
hacen los demás, como los borregos. Aprender a pensar es  descubrir todo
 el inmenso poder que tiene la moda en el mundo y saber  salir de la 
jaula mental en que puede encerrarnos. El pensador libre,  es decir, el 
pensador, no debe sacrificar su libertad de pensar en el  altar de la 
moda. Sacrificar la verdad en el altar de la moda es una de  las 
perversiones más nocivas del pensador.. Sin embargo, con excesiva  
frecuencia se encarcela a la razón en la jaula de la moda.  
Entrenamiento y cultivo, dado que “la tierra que no es labrada, llevará 
 abrojos y espinas, aunque sea fértil. Así sucede con el entendimiento  
del hombre” (Sta. Teresa de Jesús).
3. Ya que es imposible no equivocarse  nunca, al menos, por utilidad y
 por deber, hemos de aprender de  nuestras equivocaciones.
Si queremos aprender a pensar, deberemos descubrir el
 mundo tan humano  del error. "Equivocarse es humano", descubrieron los 
antiguos. El error  es el precio que tiene que pagar el animal racional.
4. Deliberar es la segunda etapa de la  voluntad.
Seremos más inteligentes y más libres cuando 
conozcamos mejor la  realidad, sepamos evaluarla mejor y seamos capaces 
de abrir más  caminos. Sería un error pensar, observa Leonardo Polo, que
 el hombre  inventó la flecha porque tenía necesidad de comer pájaros. 
También el  gato tiene esa necesidad y, no ideó nada. El hombre inventó 
la flecha  porque su inteligencia descubre la oportunidad que le ofrece 
la rama.
5. Mantener abierta nuestra capacidad de  dirigir nuestra conducta por valores pensados.
Hay que pasar del régimen del impulso irracional al 
régimen de la  inteligencia. Más que enseñar a pensar, la función de los
 padres ha de  consistir en motivar a los hijos para que quieran pensar,
 por cuenta  propia. Con actitudes positivas, las niñas se comen el 
mundo; con  actitudes negativas, el pensar aparece como algo cansino; el
 actuar,  como mediocre.
6. Enseñar a tomar decisiones. La  inteligencia es la capacidad de resolver problemas vitales.
No es muy inteligente quien no sea capaz de decidir, 
aunque dentro de  su refugio resuelva con soltura problemas de 
trigonometría. Si  convenimos que educar es, esencialmente, crecer en 
libertad y en  responsabilidad, aprender a decidir bien resulta uno de 
los aspectos  claves de esa tarea: cuanta más capacidad de decisión, más
 libertad.
7. “Debemos recuperar de los niños, y  fomentarla, la sana estrategia de preguntar continuamente.
Las tres preguntas fundamentales son: ¿Qué es?  ¿Por 
qué es así? y ¿Ud., cómo lo sabe? Aristóteles definía la ciencia  como 
“el conocimiento cierto por las causas”. Pues, habituarse a  formular 
por qués. Los padres deben estimular, motivar, comentar y  promover el 
clima adecuado para favorecer los hábitos intelectuales de  sus hijas.
8. La inteligencia que planteamos tiene  que saber aprender y, sobre todo, tiene que disfrutar aprendiendo.
 Formular preguntas que ayuden a ser más reflexivos, a
 interrogarse  sobre el pensamiento: ¿Por qué piensa el hombre? ¿Has 
pensado por qué  recuerda cosas? ¿Pensamos mientras dormimos? ¿Qué es lo
 que más te hace  pensar? ¿Puedes pensar en dos cosas distintas a la 
vez? Leonardo Polo  define al hombre como un ser que, no sólo soluciona 
problemas, sino que  además se los plantea. En efecto, el ser humano 
progresa planteándose  nuevos problemas y buscando solucionarlos.
9. La inteligencia debe de ser  eficazmente lingüística.
Ya gracias al lenguaje, no sólo nos comunicamos con 
los demás, sino con  nosotros mismos. La inteligencia no se parece a una
 colección de  fotografías, sino a un río. Río e inteligencia 
“discurren”. Nuestra  lengua natural, la materna, es un río donde 
confluyen miles de  afluentes. "La pluma y la palabra son las armas del 
pensador" (JA  Jauregui): aprender a pensar es aprender a tocar dos 
instrumentos del  pensamiento: la pluma y la palabra.
10. Fomentar la lectura y controlar el  uso de la TV.
Ya que hablamos del vuelo de la  inteligencia, se 
trata de “ser más inteligentes que la TV” (Jiménez).  Los libros “tienen
 que ser obras que alimenten la inteligencia sin  dejar seco el 
corazón”. O sea, que deben iluminar la mente con la  verdad y no sumirla
 en las nieblas de la duda o en la oscuridad del  error” (F. Suárez). 
11. Urge encontrar tiempos para  
reflexionar, para pensar, que es menos trabajoso y más barato que otras 
 necesidades que nos creamos.
Sobre el sentido último de la vida, de las cosas, del
 hombre, de Dios.  Cuando Unamuno dijo que solía ir a pasear con 
pastores de ovejas para  aprender a pensar, para deshacerse de 
prejuicios y dogmas de escuela,  todos se rasgaron las vestiduras. Sin 
embargo, Unamuno era sincero. Un  pastor de ovejas tiene tiempo para 
pensar, para dar rienda suelta a su  imaginación y descubrir nuevos 
horizontes filosóficos que no ha visto  nunca ningún otro 
filósofo.Fernando Corominas dice que hay que “sentar”  en la mente y en 
el corazón de los hijos las cosas buenas, antes de que  les lleguen las 
nocivas. Es llegar antes, es educar en futuro. Siempre  que nos 
abandonamos, retornamos a la selva. La selva de la que hablo  
metafóricamente es siempre una claudicación de la inteligencia.
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